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LAS COSAS PENDIENTES

Quien no las tenga y/o haya tenido, jamás podrá comprender el sentido más pleno de la vida. Y me atrevo a más: la felicidad está poblada de cosas pendientes. Son como la sombra de nuestros olvidos y frustraciones, pero también el reflejo de nuestros deseos y concesiones. Al fin de cuentas, es entre esas sombras y reflejos que este espectro que porta mi nombre y mi voz, se ha ido quedando gris y tierno.

Las cosas pendientes nacen, crecen y se reproducen. Pero nunca mueren. Se disfrazan, se representan, se esconden, se camuflan. Hacen familia entre ellas, tienen sus propios vínculos y salen juntas de paseo. O van al psicólogo, y después pasan un ratito por Falabella; o se meten en un cine sin estrenos, para luego terminar haciendo el amor en un estacionamiento.

Envidiamos a las cosas pendientes más que a nada. Porque tienen plena conciencia de sí mismas y seguridad en su andar. Y por eso son más seductoras, constantes y eficientes a la hora de cumplir su cometido. Asumen su identidad, algunas veces son orgullosas sin rencor, y otras, todo lo contrario.

Lo más trágico es que las cosas pendientes no le tienen miedo a nada. Hacen alarde de su eternidad, y en su revolotear cotidiano, en su sigilo premeditado con el que transitan todos los días por el imaginario de nuestro futuro, se nutren con el alimento más feroz: la culpa.

Pero las cosas pendientes tienen sus caras buenas. Por ejemplo, no matan. Es cierto que oxidan el alma, corroen los espíritus y hasta provocan sangrados de muy difícil contención, pero no llegan a clavar el puñal. Y además, sirven para que nos despertemos sin alarma, nos llevan a comprar libros que de otro modo nunca pondrías en la biblioteca, y sobre todo, nos convierten en personas llenas de sueños.

Las cosas pendientes se acumulan en un baúl que conviene abrir el día que estemos dispuestos a perderlo todo. Porque las cosas pendientes acumuladas nos hablan de un otro que alguna vez quisimos ser, mientras íbamos siendo este. Es decir, nos cuentan el cuento de lo imposible.

Pero del mismo modo aunque en un sentido inverso, las cosas pendientes nos acarician profundamente al permitirnos ver hasta qué punto y en qué medida, con aciertos, errores y amores perdidos, hemos elegido ser así y no de otro modo.

¿Qué es más triste? Esa vida imaginada, hecha de cosas pendientes que gravitan en el fondo del baúl; o imaginar por un instante que todo lo que somos se pueda convertir en material residual de un baúl que jamás nos animaremos a abrir.

Para pensarlo. Pero más adelante.