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PERFORADA

I
Dicen en el pueblo que a las armas de fuego las cargan los directores de cine.

II
Y todos los peregrinos desprevenidos se preguntan por qué. Los que no tienen prisa y se quedan unos días, aprenden una historia terrible.

III
Fue una noche que se estrenó una película de Alfred Hitchcock, en una sala armada de apuro en la cancha de basquet del Club Sportivo Arroyito.

IV
De repente, una bala salió desde el centro de la pantalla y dio en el corazón del Dr. Nario Olfino.

V
No hay que sentarse en primera fila para ver policiales, se le escuchó decir horas más tarde en el velatorio a una vecina que había asistido por primera vez al cine.

VI
Pequeñas gotitas de sangre roja y verdadera saltaron hacia delante y tiñeron la sábana blanca sobre la que se improvisaba la proyección.

VII
Como por arte de magia, el actor que sin querer había disparado se desplazó con velocidad quedando súbitamente fuera de cuadro.

VIII
La rubia que hacía de protagonista se puso a llorar tirada en un sofá blanco de pana fina y cada tanto miraba con culpa al público, como pidiendo perdón.

IX
El instante consumió metros de película.

X
El asesino no regresó.

XI
Esa misma noche un director amateur terminó apresado y un proyectorista fue acusado de cohecho.

XII
Un juez que jamás se animó a ver el film caratuló la causa como “abuso de efectos especiales”.

XIII
Y en el funeral del Dr. Olfino se proyectaron fragmentos de su vida en super ocho.

XIV
Desde entonces, el pueblo dice que a las armas de fuego las cargan los directores de cine.

XV
Ante la contundencia de este mito de gran calibre, el Rengo Cerviño – que aquella noche fue el único que se acercó hasta la pantalla blanca después que el susto había pasado, y comprobó que la misma estaba perforada justo a la altura de donde se había originado el disparo – no tiene más que callar lo que en silencio y de manera sigilosa ha venido investigando desde aquella trágica noche de estreno.